lunes, 18 de marzo de 2013

El soroche y los políticos

El soroche, o mal de altura, es un fenómeno que aparece a grandes alturas debido a la falta de oxígeno (hipoxia). Entre los efectos de la hipoxia están, entre otros, la disminución del rendimiento mental que reduce el juicio y la memoria.

Recuerdo haber visto en televisión un programa en el que un individuo buscaba formas humanitarias de ejecutar a los condenados a muerte. En este programa demostraba que la hipoxia era, curiosamente, la mejor forma de ejecución, ya que la muerte se producía sin sufrimiento. Para probarlo se introdujo él mismo en una cámara de la que se iba extrayendo poco a poco el aire, simulando el ascenso por una montaña. Le acompañaba un médico, embutido en un traje de astronauta, que además de comprobar sus constantes vitales, le hacía diversas pruebas de agilidad mental muy elementales (¿7+5?) y de control de movimientos como hacer rompecabezas muy sencillos. Todo iba bien, hasta que la hipoxia comenzaba a manifestarse a partir de los 2500 m. En ese momento el sujeto era incapaz de resolver algo tan simple como 3+5 o introducir una pieza con una forma determinada en su agujero correspondiente.

Cuando el médico consideraba que podía existir peligro para la vida del protagonista ponía fin a la la prueba y le interrogaba acerca de sus impresiones. Y aquí viene lo bueno. Cuando le preguntaba acerca de como creía que habían sido los resultados, nuestro amigo estaba encantado de haberse conocido y decía que todo lo había hecho perfecto, cuando la realidad es que había sido incapaz de sumar, literalmente, dos más tres.

Pues bien creo que con la clase dominante, ya sea en la política, en la cúpula de una empresa, un cantante de rock de éxito o un famosillo del Gran Hermano, sucede lo mismo. No está de más recordar que los romanos, pueblo práctico donde los haya, situaban a un esclavo detrás del general victorioso mientras desfilaba por las calles de Roma, que no hacía más que susurrarle al oído: ''Memento mori'': "Recuerda que eres mortal".

Confieso que siempre me ha fascinado el origen de la fuente del poder los gánster. Creo que éstos, como los dictadores, alimentan su poder en un curioso fenómeno de retroalimentación: tienen poder porque mucha gente les obedece, y mucha gente les obedece porque tienen poder. Naturalmente cuando lo pierden la caída suele ser brutal y si no que se lo pregunten a Ceaucescu o, más recientemente a Gadaffi y terminan muriendo sin saber exactamente que es lo que está pasando.

De manera que no es de extrañar que si pillamos a un tipo más o menos brillante que se rodea de un coro de aduladores que nunca le llevan la contraria, ya sea por miedo o por egoísmo, termine por no ver la realidad y creyéndose que está en la cima de una montaña. Cuanto más poder acumula, más le adulan, perdiendo, como en el caso de la hipoxia, cada vez más el contacto con la realidad y creyéndose que todo lo hace es perfecto aunque lo único que haga sea cagada tras cagada.

Afortunadamente las democracias tienen una buena vacuna contra esta hipoxia del líder y consiste en hablarle claro y, llegado el caso plantarle cara, sin miedo a las represalias. Por ejemplo, en plena IIGM al bueno de Churchill todo el Estado Mayor le amenazó con dimitir si ordenaba bombardear Alemania con armas químicas o bacteriológicas.

Desgraciadamente en España el espíritu de la Dictadura sigue presente, y nadie osa en hablar claro al líder ni cuestionar sus decisiones ("Quien se mueva no sale en la foto," Alfonso Guerra dixit) así que no es de extraña que cuando Dolores Cospedal (que no de Cospedal) plantease lo de indemnización en diferida, nadie tuviese el coraje de espetarle que eso era una chorrada del quince.

Por eso, Lansky, Miros, Vanbrugh et al defiendo que lo triste y grave de nuestra clase política es que se creen las mentiras que nos dicen, aunque sean los únicos que lo hagan.

Y todo esto viene de este post de Miros.